UN CUENTAPROPISTA TODO-TERRENO

Cada día, sin importarle las adversidades y el cansancio, Rafael Fernández bajo un árbol de tamarino, vende sus productos al mismo tiempo que regala sabiduría.

ANA MARGARITA MARTÍN GUERRERO, estudiante de primer año de Periodismo, Facultad de Comunicación, Universidad de La Habana.

Foto: Cortesía de ANA MARÍA RÍOS TELLES.

En la zona 14 del capitalino reparto de Alamar muchos lo conocen. Es el abuelo de todos: de niños, adolescentes, jóvenes e incluso de personas de la tercera edad que pasan por su lado.

Rafael Fernández Fernández acumula 78 añosde conocimiento y experiencia. Como si esa edad fuera poca, se niega el descanso y el ocio, pues aprovecha las facilidades que brinda el cuentapropismo.

“Vendo desde bolígrafos hasta pequeños paqueticos de refresco”, respondió entusiasta ante la llegada de un nuevo cliente. Bajo un frondoso árbol de tamarindo enseña en una caja azul, roja y blanca sus mercancías. Allí, entre tierra colorada, aire, polvo y el pasar de las personas, comienza la entrevista.

Rafael recuerda sus primeros años como vendedor durante su adolescencia. “Por aquel tiempo era pobre y no pude seguir estudiando, entonces me puse a vender periódicos. Así me hice hombre”, dijo con notable orgullo.

Llegó la Revolución y mientras trabajaba en la Campaña de Alfabetización como coordinador, venció la secundaria y poco después obtuvo el bachillerato. Sin dejar atrás sus funciones en el Partido Comunista de Cuba, se graduó de Derecho y lo ejerció por más de 20 años.

Confiesa que vendía alrededor de cien paqueticos de refresco diario. Ahora sus principales ingresos lo aportan fumadores y cafeteros, “los demás productos escasean”, situación que narra con sutil enfado.

Con un abrir de ojos cambia de tema, sin alternativas para mí, como si él no quisiera añorar más aquellos “días de esplendor”, en los que iba a La Habana hasta tres veces por semana a comprar mercancías para su cajita.

Rafa, como las personas cercanas le llaman, cose, pone bolsillos a pantalones, hace jabas para los mandados, arregla mochilas, zapatos… Y aunque la vista le falle, lee, sobre todo de historia, porque es un tema que le fascina.

Hace una larga pausa para pensar qué hacer. Llevamos tiempo platicando y llega su hora de almorzar. Bota el antepenúltimo cigarro de una caja que abrió con mi llegada. Me invita a subir a su casa. La conversación fluye. En el hogar reparo los detalles de su ser. Apacible y con dos de los dedos de la mano izquierda en la cabeza, se apresura a contarme cómo “nadó con suerte” cuando fue preso por la tiranía batistiana.

“En esa ocasión estaba en la playa con unos amigos y nos recogieron los esbirros alegando que íbamos para la Sierra Maestra, ¡y cómo me hubiera gustado luchar junto a Fidel!, pero, después de varias torturas, nos soltaron sin dar razones”, evoca.

A pesar de los contratiempos, Rafael no abandona su Chupa, nombre que él otorgara a su cajita con cosas para vender. Se le ve allí, cada día, bajo la sombra del tamarindo.

Pie de foto: Rafael Fernández a sus 78 años de edad, se niega el ocio y el descanso, pues aprovecha las oportunidades que brinda el cuentapropismo.

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