SONIDO PARA VER

MARÍA KARLA AMEIJEIRAS PINO, estudiante de primer año de Periodismo, Facultad de Comunicación, Universidad de La Habana.

Es la hora de la comida. La niña de la casa toma el plato servido y se dirige hacia la sala para ver los animados en el televisor, como de costumbre. En tanto, el abuelo la observa y medita en cuánto han cambiado las generaciones de infantes. Él también toma su plato y va rumbo al portal, en compañía de su viejo radio para escuchar el juego de pelota.

Situaciones como esta ocurren con frecuencia en muchas de las familias cubanas. En la era digital, cuando los niños crecen habituados a los juegos de computadora y a los animados de la TV, cuesta mucho promover otros espacios como la radio en públicos jóvenes, cautivados por las nuevas tecnologías.

Según el Informe sobre los resultados de la indagación acerca de cómo perciben niños y jóvenes la programación de la radio y la TV local y nacional, de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el desinterés recae directamente en los hijos de este siglo. Del mismo modo, son sus antecesores los que optaron por la compra de un video casete o un DVD, probablemente porque esperaban mayor eficacia por parte de estos avances de la ciencia y la tecnología en la crianza de los hijos.

Poco a poco esta generación de padres envejeció y es ahora la que dedica sus tardes a esperar las emisiones de Radio Progreso y la sincronización con Radio Rebelde. Sin más compañía que el balancín del sillón, el artefacto de hace dos décadas (tal vez más) reposa en las manos del abuelo. La posibilidad de reemplazarlo está fuera de alcance para aquellos que tengan por sustento la jubilación. ¡Y si comprarlo fuera el único problema! Encima de los exorbitantes precios en las tiendas recaudadoras de divisa, la tarea de hallar radios en las redes comerciales justifica por qué muchos adultos mayores aún conservan los suyos (se escuchen o no), pese a que de ellos depende el porcentaje de audiencia tan elevado de las emisoras nacionales.

Ahí está el anciano, meciéndose con el radio pegado a la oreja, intentando descifrar lo que dice Guillermo Rodríguez Hidalgo entre interferencias. La nieta siente culpa y va donde él: “Abuelo, si quieres intercambiamos: tú ves el juego en la TV y yo escucho algún cuento en la radio”.

He aquí otra razón por la que el público infantil continúa distante a este medio de difusión. A raíz de los horarios poco flexibles de los más jóvenes y al tiempo que permanecen en las escuelas, en clases de idioma, práctica de deportes o trasladándose a sus hogares, solo les restan unas pocas horas antes de irse a dormir. Durante este tiempo las emisoras radiales cubanas no dedican más que un breve espacio de saludos, felicitaciones y alguna adivinanza para los pequeños de casa.

Una estrategia para conquistar el interés de tan selecto público, como lo es el infanto-juvenil, sería la interacción constante entre la audiencia y los conductores. Estos últimos, preferentemente de edades próximas a las de los receptores. Por otra parte, el vínculo entre ellos genera nuevos temas de interés. Sin embargo, no abundan segmentos radiales que incentiven la participación del oyente, porque la mayoría de estos espacios están grabados con antelación, lo cual dificulta toda posible reciprocidad.

El abuelo la mira con incredulidad tras forcejeos inútiles por recuperar su viejo radio. Una vez en sus manos, pidió a la pequeña que volviera a la sala. En tanto, él permanecería junto al artilugio hasta que finalizara el partido.

Y así condicionamos las actitudes de una generación que redefine la juventud cubana y desliza dedos por cajas táctiles. De alguna manera, algo los sigue atando hacia la postal sonora de antaño. Los oídos ahora tienen audífonos enchufados. A la memoria radial le ha tocado el segundo plano.

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