PASIÓN POR EL PATRIMONIO CULTURAL

Olga Lidia Rodríguez Molino comenzó como veladora del Museo Nacional de Historia Natural hace más de 35 años, pero su amor por la institución la hizo querer formar parte del grupo de aseguramiento.

Texto y fotos: AMANDA GONZÁLEZ ROMERO, estudiante de primer año de Periodismo, Facultad de Comunicación, Universidad de La Habana.

En el cuarto piso del Museo Nacional de Historia Natural radica, casi oculto, el grupo de aseguramiento del lugar. Descolorido, el local parece en ruinas. Hay que pasar por un oscuro laberinto de paredes antes de llegar a su oficina. El ruido y el polvo acompañan el ambiente: la reparación del lugar está en pleno apogeo.

Pero ahí está Olga Lidia Rodríguez Molino, a quien las canas que adornan su cabello le dan el toque de experiencia derivado del trabajo de toda una vida. Lleva 37 años en ese lugar donde cada día brinda lo mejor de sí desde 1982, sin importar las condiciones en que lo haga.

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Trabaja en el Museo Nacional de Historia Natural hace 37 años y lo hace con el mismo entusiasmo que el primer día. En foto destacada: “Ser guía de un museo te atribuye, con el paso del tiempo, valores necesarios para llevar una vida plena, como la solidaridad, el sentido de pertenencia, el compañerismo”, afirma Olga Lidia Rodríguez.

“Yo vine de Los Palos, en aquel entonces La Habana (hoy Mayabeque), porque me casé con un muchacho que vivía en Guanabacoa. Éramos jóvenes y teníamos un niño pequeño. Me tracé la meta de comenzar a trabajar y ver el fruto de mis esfuerzos, no quería depender de nadie”. Olga solo había cursado el nivel básico de escolaridad, noveno grado, por lo que le era difícil encontrar un sitio de trabajo.

“Por un amigo supe que en el Capitolio, antigua sede del Museo de Historia Natural, buscaban personal para trabajar como veladores, o lo que se conoce hoy como guía. Lo única referencia que tenía de museos era un vago recuerdo de cuando niña que por el movimiento de pioneros nos habían llevado a uno”, se echa a reír y continúa: “Luego de entrar por la puerta del Capitolio, me di cuenta que era el mismo sitio que había visitado cuando pequeña”.

Ella no sabía lo que el destino le deparaba de ahí en adelante. El horario no estaba muy asequible para cuidar de un niño pequeño, pero hubo algo que la hizo quedarse a averiguarlo: “El amor con que mis compañeros realizaban diariamente su labor, sin una queja, siempre con una sonrisa esbozada en los labios, me hizo querer experimentar el porqué de sus sonrisas”.

La dulzura está presente en ella; a cada compañero que pasa por su lado le da un beso y sale de su boca, sin cansancio por la repetición, un alegre “Buenos días”, algo que denota dedicación y reproducción del cariño heredado de sus compañeros de trabajo.

“El lugar estaba siempre muy limpio. Se exigía disciplina y constancia. Allí aprendí muchas cosas, entre ellas, la necesidad de elevar el nivel cultural. Leer periódicos, revistas, investigaciones científicas, lo que hizo que desempeñase mejor mi labor. Los visitantes preguntaban lo mismo por una pieza del Museo Napoleónico que por el eclipse lunar y así pude dar un servicio de calidad.

“Ser guía de un museo te atribuye, con el paso del tiempo, valores necesarios para llevar una vida plena, como la solidaridad, el sentido de pertenencia, el compañerismo”.

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Sus compañeros de trabajo tienen muy buena opinión de la trabajadora, por su experiencia y buen trato.

Ver la pasión en sus ojos al recrear su historia, da lugar para saber, qué parte del museo era la que más tomaba su atención: “Antes de que se mudara el museo para su actual sede en calle Oficios,había recreado en un pequeño rincón, algo que le llamaban La cueva del indio. Estaba muy bien ambientado, los indios, las pinturas, pero lo que más me gustaba era un reflector que exponía el amanecer, el atardecer y el anochecer. Realmente transmitía mucha paz. Pasaba ratos observando aquello”.

Olga tiene 60 años, ya no es guía del museo, pues decidió, como prefiere llamarlo ella, “trabajar desde la retaguardia del combate”, por lo que hoy, tras bastidores, es quien se ocupa de todo lo que funciona en el edificio: desde la limpieza, hasta los trabajadores que atenderán al público.

“Todavía no pienso retirarme y le pido fuerzas a Dios para poder ver, algún día, al museo en su total esplendor”.

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